¿Quién le pone el cascabel al gato?¿Quién se atreve a desafiar la mentira y la especulación aviesa en torno al terrorismo? Basta con rozar el tema racionalmente, con abordarlo con timidez o de forma directa, para que se disparen las reacciones. Unas cautas, atropellantes otras. Y como siempre ocurre en estos casos, tanto los medios como sectores políticos comprometidos con oscuros intereses, afilan sus colmillos de jauría. Esos factores manipulan truculentas acusaciones, como el Washington Post que califica a Chávez de "aliado de los secuestradores". O el descaro del gobierno colombiano en el manejo del tema que lo lleva a uno a pensar en una provocación deliberada con fines inconfesables.
Hay una especie de terrorismo a la carta: uno bueno y otro malo. Esto se ha dicho hasta la saciedad. Pero conviene repetirlo: hay un terrorismo que es defendido, y otro condenado, de acuerdo a la posición política que se tenga. Siempre el terrorista es el otro. Prácticamente todos los movimiento de liberación fueron tildados de terroristas a través de la historia. Muy pocos escapan al calificativo.
Terroristas fueron los luchadores contra el imperio español en América Latina. Terroristas los que en África combatieron el colonialismo. Terroristas aquellos que en Asia encarnaron la libertad frente a la dominación británica. Terroristas los luchadores por la independencia de Irlanda. Terrorista el IRA de Irlanda del Norte. Terroristas los que en Latinoamérica se oponen al imperialismo norteamericano. Terrorista el pueblo palestino que combate para tener territorio y patria. En cambio, el Estado represor que en América Latina desconoció elementales derechos, que torturó, desapareció, fusiló a miles y miles de personas en Venezuela, Colombia, Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay, Guatemala, El Salvador, Brasil, no es terrorista. Ni el Estado de Israel que bombardea poblados palestinos inermes y masacra a sus habitantes. Tampoco fue terrorista la Irgun y los grupos judíos que apelaron a la violencia para fundar un Estado. Ni terrorista es Bush, que acaba con el derecho internacional y aplica la represión globalizada que le permite detener personas en cualquier parte, desaparecerlas, trasladarlas de un sitio a otro, sustraerlas a sus jueces naturales y montar campos de concentración como Guantánamo, donde se extingue cualquier vestigio de justicia. Tampoco es terrorista Posada Carriles, quien cuenta con un cementerio particular y cuenta con la protección de la CIA y de la poderosa familia imperial Bush, tanto el padre como el hijo.
Quien escribe esta columna condena toda forma de terrorismo, del signo que sea, individual o de Estado, para justificar la causa que sea, que se degrada por el sólo hecho de atentar contra la dignidad humana. Por eso rechazo el maniqueísmo a la hora de abordar al tema; la casuística de la sangre de la que hablara Camus, y me resisto a aceptar que la norma para tratar el problema la dicten quienes carecen de autoridad moral.
Ejemplo: la lucha de Bush contra el terrorismo, una farsa que consiste en darle justificación a una política, a una ideología, para competir con los que del otro lado hacen lo mismo. Por eso el tema recupera vigencia a raíz del planteamiento de Chávez sobre las FARC. Lamentablemente una vez más el debate se inicia con la mediocridad y oportunismo de siempre. Mientras Chávez ha tenido el coraje de ubicarlo en su verdadero contexto, otros lo banalizan. Chávez lo hace por dos razones: una, de Estado, porque Venezuela es el país, apartando Colombia, más perjudicado con la violencia que allí impera; otra, por razones de humanidad, ya que es inconcebible la indiferencia ante la tragedia de nuestros vecinos.
Reducir el tema de la violencia colombiana y, por ende, de las FARC a la cuestión del terrorismo, constituye una simplificación inaceptable que tiene que ver más con la politiquería que con razones humanas y de Estado. Fue a partir del 11-S, luego de 50 años de existencia de las FARC, que éstas fueron calificadas como terroristas. Presidentes colombianos como Pastrana se reunieron con los jefes guerrilleros, y los gobiernos venezolanos anteriores a Chávez -los de la Cuarta República- mantuvieron relaciones normales con esa organización: delegados de las FARC visitaron Caracas con frecuencia, y un representante suyo ofició, de facto, como interlocutor en la sede de nuestra Cancillería. ¿Para entonces no eran terroristas las FARC? ¿Desde cuándo comenzaron a serlo oficialmente? ¿Desde que lo decretó Bush? ¿Desde que Uribe lo decidió?
Pareciera que todo está sujeto a decisiones personales y a circunstancias.
Claro que es repudiable secuestrar personas, acto inicuo que degrada la política. ¿Más acaso es esta la razón que desata la crítica virulenta contra la propuesta de eliminar el calificativo de terroristas a las FARC? Nada justifica la generalización cuando se trata de vidas humanas, pero respecto a una nación plagada de violencia como Colombia, con un ejercicio de la política sin barreras éticas, donde oligarcas y terratenientes crearon junto con la Fuerza Armada el paramilitarismo genocida, y el narcotráfico elige presidentes, ministros, gobernadores, alcaldes y parlamentarios, es difícil tragarse el argumento.
Resulta forzado reconocerle solvencia a quienes allá lo enarbolan, al igual que a la oposición venezolana que cuando fue gobierno no mostró esos escrúpulos ante la organización guerrillera y en materia de derechos humanos aplicó métodos iguales a los que ahora le enrostra.
Sincerando las cosas y apartando la manipulación, lo que está en el fondo del problema es si en verdad se quiere la paz en Colombia -que es paz en Venezuela y la región- o no. El dilema es simple: paz o guerra. El conflicto, se ha dicho en todos los tonos, no tiene solución militar. El Estado colombiano en casi 60 años no ha podido acabar con la guerrilla y ésta no ha podido tomar el poder. Si no hay negociación política, como la hubo en El Salvador, Guatemala y otros lugares del mundo, no habrá paz, y los colombianos se seguirán matando y envileciendo con los métodos que impone la guerra por quién sabe cuántos años más.
Los procedimientos oprobiosos de la guerrilla, así como los de la contrainsurgencia, se perpetuarán y el pueblo seguirá siendo la víctima: miles de personas asesinadas, secuestradas y millones de desplazados.
Chávez acierta cuando plantea eliminar el calificativo de terrorista a las FARC para entrar a negociar no sólo acuerdos humanitarios sobre secuestros, sino el paquete completo de la paz. Y Uribe está consciente de que tiene en su poder la llave para abrir la puerta a la negociación cuando ofrece (15-01-08) "retirar el calificativo de terroristas si las FARC inician un proceso de paz". Esta afirmación del Presidente colombiano confirma que el calificativo no es lo sustancial, sino el proceso. Chávez lo ha dicho. Por favor, dejemos de lado el cinismo y la provocación. Hay que actuar con la seriedad que exige la gravedad del tema. Concluyo con las palabras que acaba de pronunciar el Gran Mufti de Damasco en la reunión de Estrasburgo sobre el diálogo de civilizaciones:
"No hay Guerra Santa, la que es santa es la paz". Lo demás es culto a la violencia y aprovechamiento inescrupuloso de ésta.
José Vicente Rangel.
Artículo de Opinión publicado en el portal de Radio Nacional de Venezuela (RNV)
http://www.minci.gob.ve/opinion/7/173993/terrorismo_a_la.htmlFoto: Otro contexto, en: http://images.google.com.pe/imgres?imgurl=http://www.nicaraguahoy.info/Revista/images/farc_asesina_pastores_afp.jpg&imgrefurl=http://www.nicaraguahoy.info/dir_cgi/topics.cgi%3Fop%3Dview_topic%3Bcat%3DNoticiasGenerales%3Bid%3D5301&h=245&w=193&sz=18&hl=es&start=4&tbnid=v4Bg4e7WTNN8ZM:&tbnh=110&tbnw=87&prev=/images%3Fq%3DFARC%2BASESINA%26gbv%3D2%26hl%3Des%26sa%3DG