Alguna vez en la historia de la humanidad habrá ocurrido una guerra en la que un ejército envió a sus fuerzas especiales a enfrentar al enemigo, replegando a la tropa regular con experiencia con licencia, a los soldados le dio asueto y no los movilizó ni siquiera a patrullar. Las zonas de combate eran cruentas con muchas bajas en las fuerzas especiales porque los enviaron sin cascos ni chalecos antibalas, y con pocas balas, pues al poco tiempo escasearon. Al punto que los mismos soldados tenían que comprar sus equipos y municiones en el mercado negro. Las bajas en la población civil se contaban por miles. Y cuando hubo heridos graves en las fuerzas especiales, el general a cargo dijo que no era posible su traslado porque los civiles tenían el mismo derecho de ser trasladados. Los soldados siguieron luchando.
La promoción de soldados entrantes que serían distribuidos a todo el país no fueron aprobados por trámites de elección. Son tantos que quieren luchar que se selecciona a los mejores. Si bien tienen un orden de mérito en la escuela, hay una asignación con currícula. Ni en la guerra el general ha querido que se use el orden de mérito de la escuela y por ello no saldrán a la lucha. En lugar de ello traerán soldados de Cuba y Venezuela que no conocen el país. Es más, los soldados entrenados que se están especializando en las fuerzas especiales tampoco pueden ir a luchar plenamente y se los tiene prácticamente en labores menores. Así se quiere ganar la guerra y el Comandante General informa a la población que las fuerzas especiales son pesimistas, que el combate está empatado y pronto comenzará la victoria. Los soldados siguen muriendo en la primera línea, y juntan dinero entre ellos
para trasladar a los caídos. ¿Donde ocurre eso? En el Perú, en la lucha contra el COVID 19.
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